A mi querido Álvaro:
Llegaste a mi vida muy temprano, cuando entre los dos apenas contábamos veinte años. Todavía recuerdo aquella sesión en la que teníamos que parecer enfermos. Cómo nos sorprendió tu facilidad de representación cuando sólo tenías ocho añitos. Claro, ya apuntabas maneras.
Unos años más tarde te soltaste la melena y con el famoso y amado musical llenaste mi corazón. No sé si fue la chupa de cuero o ese movimiento de caderas que te marcaste, a lo John Travolta, cuando bailabas “El Rayo”.
Después, me tocó compartir contigo las más variadas travesuras en las faldas de la sotana del cura. Y, desde entonces, no nos hemos vuelto a encontrar en el camino,… hasta este año.
Cuando supe que yo era tu amada, me asusté. La vergüenza y los nervios me impedían acercarme a ti con libertad. Al principio, tus miradas eran vacías, tus abrazos fríos y tus besos secos. Pero, tu perfeccionismo afloró y, pronto, tu mirada me eclipsó, tus abrazos me llenaron y tus besos me enamoraron.
Y la obra se llevó a escena. Después de intensos y agotadores ensayos, llegó el esperado descanso.
Pasados unos días, y viéndonos de nuevo, reconocí que tenía “mono de teatro”, pero ahora he de decirte que no dije toda la verdad, pues no especifiqué quién era mi droga.
Soy consciente de mi carácter arisco y exigente, que contigo he elevado a la máxima potencia. Soy consciente de que, debido a tu faceta cómica, en ocasiones no te tomo en serio, cuando debería. Soy consciente del efecto que mi carta anterior te causó. Y quiero remediarlo. Aunque, soy consciente, también, de tus compromisos. Por eso, te propongo establecer un convenio: "amarte" en silencio. ¿Lo firmamos?
Con todo mi cariño, respeto y admiración,
María
lunes, julio 31, 2006
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